EL CAMPO Y PUNTO FINAL
“Hoy nuestro campo es grande, rico y lleno de esperanza, el campo de hoy en México, es el campo del futuro”. (aja)
Luís Echeverría
Luís Echeverría
Durante muchos años, seguramente décadas se ha hablado de las posibilidades que México tuvo, tiene y tendrá para constituirse como una nación, rica, con un buen nivel de vida y bienestar perdurable. Estas posibilidades la mayoría de las veces han sido sustentadas en la riqueza petrolera, la vecindad con la potencia, las oportunidades de industrialización.
Durante décadas se favoreció la industrialización como única fuente de riqueza para las masas; al promoverse los corredores industriales gobierno, iniciativa privada y sociedad se olvidaron del campo, como si este sector no propiciara riqueza o bienestar o como si las factorías fuesen a remplazar los productos agrícolas.
Aun persisten quien piensa que en buena medida la solución a nuestros achaques económicos puede derivar solo de las industrias.
Pero, ¿puede haber un país rico con un agro pobre? Lógica y racionalmente que No, la historia y la propia economía de las naciones ricas nos ha demostrado que estas, son prósperas debido a que han logrado, promovido y mantenido un equilibrio entre la industria, el campo y las demás actividades económicas, a cada una se le ha otorgado su el tiempo y los recursos para mantener a la pauta la balanza.
El meollo del asunto es el generalizar el bienestar, pero esto no se lograra con caprichos o supuestos, existen pasos paulatinos y dolorosos pero que aseguran no perder el paso en la búsqueda del bienestar plural.
ANTECEDENTES
Las recurrentes utopías socializadas suelen ser engañosas ya que Marx sólo imaginó una clase mayoritaria. El proletario prototípico creció con rapidez durante el siglo XIX, pero después empezó a decrecer. El sector servicios sorprendió y avasalló. Hoy algunas sociedades muy ricas y justas tienen cuando más un 20 por ciento de su fuerza laboral como obrero típico, de cuello azul. En México la trampa fue otra.
La mayoría de los auténticos revolucionarios que emprendieron la lucha en pos de mejorar la situación del campo desgraciadamente carecían de conocimientos científicos o académicos para vislumbrar lo que el campo necesitaría diez o quince años después de concluida la revolución. Los revolucionarios, la clase política que se aprovechó de la lucha para no perder privilegios y la nueva elite política se imaginaron que un México justo sólo sería viable distribuyendo la tierra a todo el que la pidiera, la idea era distribuir la tierra concentrada por los burgueses durante el porfiriato.
La idea de repartir a diestra y siniestra tuvo consecuencias graves que ya conocemos. A muchos ejidatarios y comuneros, se les otorgaron terrenos sin futuro agrícola.
Cuando los que recibieron tierras improductivas no obtenían cosechas vino otro error a través de los programas de apoyo al campo: precios de garantía, subsidios de todo tipo, etc.
En tanto las autoridades no perdían oportunidad de anunciar con bombo y platillo los cientos de miles de hectáreas incorporadas a la vida productiva.
Esto solo produce grupos humanos condenados a vivir en lo único que sus tierras les podían ofrecer, miseria, ya que para esas épocas el uso de polímeros, el acondicionamiento de tierras a través de compostas químicas o biologías y técnicas para el mejor aprovechamiento del agua era casi inexistentes en este país, por lo que ningún programa gubernamental las contemplaba.
Tal fue en empeño de que todos sembraran que se arrasó con millones de hectáreas propicias para otras actividades como bosques y selvas que mucho beneficio se les hubiera obtenido de respetar su vocación.
Posiblemente la situación comentada seguiría en boga en este país pero gracias a las crisis se conoció lo irrentable de muchas de las tierras repartidas.
Durante las crisis supinos que no existen ni podrán existir subsidios que alcancen para volver productivo a un campo descapitalizado.
CRUDA REALIDAD
Es triste ver como en la actualidad solo poco mas del 1 por ciento de los terrenos ejidales se encuentra trabajando bajo una nueva fórmula de explotación agrícola.
Un 20 por ciento de la población en México trabaja en el sector agropecuario, pero solo produce el 4 de todo lo que el país genera, La agricultura emplea cada vez menos mano de obra. Hace poco mas de cincuenta años un 60 por ciento de los mexicanos dependía de esa actividad, hoy es sólo alrededor de un 23 por ciento.
Con la apertura del TLC los lideres corporativistas han culpado al tratado de todos los males del campo, cuando la agricultura en México y en si la producción agropecuaria presenta un crecimiento muy bajo desde mucho antes de la firma del TLC.
Nuestro país importa la mayoría del trigo y la soya que se consume, sin embargo nuestras exportaciones de frutas y hortalizas frescas y las de legumbres crecieron a mas del 11% anual. Las limitaciones productivas son evidentes, también nuestras oportunidades.
Mucho se ha mencionado los subsidios que otros países otorgan al campo, el ejemplo mas común el de E.U.A. que otorgó apoyos al campo 800% mayores a los que otorga México, esto es cierto sin embargo una hectárea cultivada en E.U.A. produce 2500% mas que una mexicana, en términos concretos los apoyos mexicanos son 32 por ciento superiores.
Otro punto es el numero de hectáreas cultivadas por productor, en Estados Unidos cada campesino siembra casi 60 hectáreas mientras que en México el promedio es 3.1, con estos resultados y con subsidios “populistas” que no tecnifiquen el campo, triste futuro le espera a nuestro país.
PUNTO FINAL
Ahora que inician las campañas resurge el espiritu civilizatorio de varios candidatos y al menos ya se han escuchado un par de voces que convocan a que todos los candidatos firmen un pacto de civilidad, como evento mediatico es una excelente idea, pero para efectos prácticos de poco sirve, ya que en nada garantiza que los firmantes o convocantes los acaten.
Las personas civilizadas y respetuosas no requieren pactos de civilidad para comportarse. Igual que los incivilizados e irrespetuosas no cambiaran su conducta ni con pactos, ni con juramentos. Las palabras convencen pero convencen más los hechos.
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